Como tampoco lo es la droga. En ambos casos se trata de problemas con dimensiones y aspectos personales, sociales, culturales, históricos, políticos, éticos, morales, psicológicos, médicos, económicos, judiciales, legales, mediáticos y muchos más. Reducir el maltrato infantil -o priorizar cualitativamente la dimensión científica sobre las demás- es equívoco y peligroso.
Por ejemplo, todo el mundo conoce la capacidad destructiva de las drogas. No hace falta que los científicos nos expliquen detalles físico-químicos para que nos horroricemos al ver gente hundida por su causa. Es más, el discurso científico no reduce en un ápice el tráfico ni el consumo. Una asociación que luchase eficazmente contra la drogadicción se serviría de los argumentos científicos como una de sus armas de disuasión, una de sus armas ciertamente más débiles.
Es importantísimo cualquier avance en el tratamiento del maltrato infantil. Pero es iluso pensar que éstos influyan en que su número disminuya. Sabemos que el maltrato infantil destroza vidas, y eso es lo importante. A partir de aquí hay que actuar en infinidad de frentes, incluido el científico, pero no sólo ni prioritariamente el científico. Nuestra tarea no es administrar las desgracias, sino evitarlas.
El cientificismo nos lleva por caminos incalificables: Según el primer estudio epidemiológico realizado en España, el 60% de las niñas que fueron violadas con penetración vaginal consideraron su experiencia como agradable y satisfactoria. ¿Viva pues la violación infantil? No, en modo alguno. Fue una aberración en el protocolo de la investigación. Y no pidió disculpas. El mismo científico que asesoró a la Administración española para que, a diferencia de otros países, no se hiciesen campañas de concienciación social porque, según él, podrían generar desconfianza en los niños hacia los adultos. ¿Cómo es que no existe esta dificultad cuando se advierte a los niños sobre los traficantes de droga? Ahora cobra derechos de autor de folletines oficiales donde se dice a las niñas escolares que, si son objeto de abuso, se lo digan a su padre, cuando es el propio padre la figura más frecuente como abusador. Poca ciencia hay en alguna ciencia.
Cuando olvidamos que la verdad científica es una verdad histórica, hacemos de la ciencia una religión. Lo que para la ciencia de ayer era verdad, para la de hoy es un error, y lo que para la ciencia actual es verdad, la ciencia futura dirá que es mentira. La historia de la ciencia no es un proceso acumulativo de descubrimientos, sino de cambios cualitativos debidos a diferentes organizaciones de la mirada y de la experiencia. A nadie se le ocurriría hoy en día vendar a un bebé, pero ésta fue una práctica habitual en el cuidado infantil hace siglos. Sería arrogante y estúpido por nuestra parte no admitir la posibilidad de que en la actualidad estemos poniendo en juego con los niños prácticas que algún día se considerarán nocivas.
El objeto de la lucha contra el maltrato infantil a principios del siglo XXI es claro: asesinatos, violaciones, agresiones, tráfico de órganos, esclavitud, explotación, pobreza, abandono, manipulación, racismo (nada que no exista en el mundo adulto, pero mucho más fácil con quienes tienen menos posibilidad de defenderse) y tantas otras barbaridades menos evidentes, que en su sutileza esconden su mayor peligro y protegen su impunidad.
El maltrato infantil tiene tantas dimensiones como aspectos tiene lo humano. El científico es uno de ellos. No más.
Por ejemplo, todo el mundo conoce la capacidad destructiva de las drogas. No hace falta que los científicos nos expliquen detalles físico-químicos para que nos horroricemos al ver gente hundida por su causa. Es más, el discurso científico no reduce en un ápice el tráfico ni el consumo. Una asociación que luchase eficazmente contra la drogadicción se serviría de los argumentos científicos como una de sus armas de disuasión, una de sus armas ciertamente más débiles.
Es importantísimo cualquier avance en el tratamiento del maltrato infantil. Pero es iluso pensar que éstos influyan en que su número disminuya. Sabemos que el maltrato infantil destroza vidas, y eso es lo importante. A partir de aquí hay que actuar en infinidad de frentes, incluido el científico, pero no sólo ni prioritariamente el científico. Nuestra tarea no es administrar las desgracias, sino evitarlas.
El cientificismo nos lleva por caminos incalificables: Según el primer estudio epidemiológico realizado en España, el 60% de las niñas que fueron violadas con penetración vaginal consideraron su experiencia como agradable y satisfactoria. ¿Viva pues la violación infantil? No, en modo alguno. Fue una aberración en el protocolo de la investigación. Y no pidió disculpas. El mismo científico que asesoró a la Administración española para que, a diferencia de otros países, no se hiciesen campañas de concienciación social porque, según él, podrían generar desconfianza en los niños hacia los adultos. ¿Cómo es que no existe esta dificultad cuando se advierte a los niños sobre los traficantes de droga? Ahora cobra derechos de autor de folletines oficiales donde se dice a las niñas escolares que, si son objeto de abuso, se lo digan a su padre, cuando es el propio padre la figura más frecuente como abusador. Poca ciencia hay en alguna ciencia.
Cuando olvidamos que la verdad científica es una verdad histórica, hacemos de la ciencia una religión. Lo que para la ciencia de ayer era verdad, para la de hoy es un error, y lo que para la ciencia actual es verdad, la ciencia futura dirá que es mentira. La historia de la ciencia no es un proceso acumulativo de descubrimientos, sino de cambios cualitativos debidos a diferentes organizaciones de la mirada y de la experiencia. A nadie se le ocurriría hoy en día vendar a un bebé, pero ésta fue una práctica habitual en el cuidado infantil hace siglos. Sería arrogante y estúpido por nuestra parte no admitir la posibilidad de que en la actualidad estemos poniendo en juego con los niños prácticas que algún día se considerarán nocivas.
El objeto de la lucha contra el maltrato infantil a principios del siglo XXI es claro: asesinatos, violaciones, agresiones, tráfico de órganos, esclavitud, explotación, pobreza, abandono, manipulación, racismo (nada que no exista en el mundo adulto, pero mucho más fácil con quienes tienen menos posibilidad de defenderse) y tantas otras barbaridades menos evidentes, que en su sutileza esconden su mayor peligro y protegen su impunidad.
El maltrato infantil tiene tantas dimensiones como aspectos tiene lo humano. El científico es uno de ellos. No más.