Prevención

Parece la mejor alternativa para encarar todos los problemas que giran en torno a la desprotección infantil, ya que se evitan con ello muchas calamidades y sufrimientos no sólo a los niños, sino también a las familias implicadas. El objetivo debe ir encaminado a detectar una serie de indicadores antecedentes en el niño y en los progenitores, ligados a un maltrato determinado, con la intención de predecir y prevenir eficazmente. Al igual que en otras muchas materias, la conceptualización del tipo de prevención es triple: primaria, secundaria y terciaria (Cortés, 1997; de Paul, 1996; ver también la publicación coordinada por Willis, Holden y Rosenberg, 1992).
La prevención primaria es la más ambiciosa y general. Va dirigida a la comunidad desde un prisma interdisciplinario y se centra en la erradicación y eliminación, a muy largo plazo, de aquellas situaciones de alto riesgo familiar que desencadena la aparición de nuevos casos. Los programas de prevención primaria incluyen una serie de estrategias que sirven para apuntalar las competencias parentales en aquellas situaciones críticas antes del nacimiento y durante la primera infancia. Estas estrategias podrían ser (de Paúl, 1996): a) programas dirigidos a aquellas familias que presentan variables de alto riesgo de tipo ambiental (alcoholismo, drogadicción, etc.), social (ingresos, para, aislamiento, pobreza, etc.) y personal (trastornos, padres adolescentes, paternidad única, etc.); b) programas televisivos o de otros ámbitos de comunicación dirigidos a los padres para dotarles de información sobre diversas competencias relacionadas con el manejo del hijo para que el maltrato no aparezca; c) aumento de la sensibilización pública por medio de campañas comunitarias de índole publicitario, dando a conocer constantemente los datos específicos de los servicios de atención familiar y teléfono del niño, para modificar las actitudes sociales acerca del castigo físico y su puesta en práctica en el seno familiar o en cualquier otra institución. Estos tres puntos necesitan la estrecha colaboración de los órganos políticos para favorecer una plena e integral protección hacia la infancia.
En definitiva, la prevención primaria en el maltrato físico y negligencias incluyen programas prenatales, soporte hospitalario en edades tempranas, visitas al hogar y programas de formación parental, principalmente (véase MacMillan y otros, 1994). Por otro lado, y desde el prisma del niño, este tipo de prevención debe ir encaminado también a enseñar a los niños en los centros escolares a poder reconocer la agresión física y el abuso sexual para que se autoprotejan.
La prevención secundaria está muy ligada a la capacidad de predicción y consiste en la detección de individuos de alto riesgo antes de que se desencadene el maltrato o que se aprecie el inicio de situaciones maltratantes, con la intención de comenzarse posteriormente una intervención preventiva que anule esas variables precipitantes. Por eso, el objetivo utópico de esta prevención secundaria sería detectar e identificar precozmente, sin error, a todos aquellos sujetos que en el futuro maltratarán a los hijos; sin embargo, tal precisión resulta imposible y siempre se comenten errores con algunas familias. Ejemplos de prevención secundaria podrían ser aquellos programas sobre la prevención del maltrato físico y negligencias y abuso sexual, llevados a cabo en la familia o en el centro escolar, principalmente. El colegio es un gran observatorio privilegiado pues ofrece un marco incomparable de relaciones, experiencias y aprendizajes para el niño. Además, es una institución que vigila y vela por la protección a la infancia, convirtiéndose el profesor en un observador, al detectar con facilidad situaciones familiares de riesgo, y en un colaborador de los programas preventivos primarios y secundarios, al desarrollar estos temas con sus alumnos en clase, aumentando considerablemente hoy día los programas escolares de prevención de abuso sexual. Dentro de este último ámbito, Harbeck, Peterson y Starr (1992) destacaron como puntos más importantes del entrenamiento los siguientes:
a) Decir “No” ante una caricia sospechosa,
b) el abuso puede proceder de cualquier adulto,
c) no debe guardarse secretos,
d) existen muchos adultos que están dispuestos a ayudarle, y
e) el abuso no es culpa del niño.
Con premisas parecidas a éstas, los autores Finkelhor, Asdigian y Sziuba-Letherman (1995) consiguieron en una muestra de preescolares una mayor autoprotección y mayor probabilidades de denunciar a un adulto sobre los intentos de victimización sexual. Desde un plan más general, en nuestro país, y gracias al programa de Apoyo Escolar, se han destacado notablemente el papel preventivo del centro escolar, dotando al maestro de un instrumento que favorezca la localización de casos de maltrato. Este instrumento es el Cuestionario E-10 que recoge a través de 80 ítems de forma sistematizada el maltrato activo, el abandono, los problemas emocionales de internalización y las conductas antisociales.
Finalmente, la prevención terciaria no se pone en marcha hasta que se detecta un problema de malos tratos en una familia determinada. A partir de aquí se intenta reducir la situación y la gravedad rehabilitando, bajo tratamiento, al niño y a los padres, manteniendo, si es viable, intacta a la familia, salvaguardando la seguridad física y equilibrio emocional del hijo y evitando los nuevos ataques.

En el sentido de lo anterior, se presentan las siguientes líneas de trabajo que la escuela puede desarrollar con los niños y sus familias ante el fenómeno del maltrato:

• Realizar tareas de sensibilización y capacitación sobre las necesidades evolutivas de los niños.
• Realizar talleres reflexivos con los padres sobre los mecanismos de control y resolución de conflictos en la educación infantil.
• Desarrollar acciones de difusión y sensibilización entre los niños, las familias y la comunidad acerca de los derechos especiales que asisten a la infancia.
• Sensibilizar a la población en general, y particularmente a los padres y madres, sobre las consecuencias asociadas al castigo físico y proporcionar pautas de educación positivas.
• Articular con la curricula, actividades dirigidas a revisar críticamente la aceptación de la violencia, la discriminación y los modelos estereotipados sobre la crianza de los hijos.
• Estimular por todos los medios, la confianza y la autoestima de los niños/as.
• Para desarrollar con éxito la función preventiva, la escuela como institución debe ser capaz de revisar sus propias actitudes hacia el control de las conductas de los niños y adolescentes.
• Ofrecer a los alumnos el espacio y las oportunidades para experimentar formas no violentas de resolución de los conflictos. Las asambleas, los consejos de aula y todo medio que estimule la participación democrática en la vida escolar, puede ser un buen recurso.
• Campañas de difusión y educación a todos aquellos que trabajan con niños o sus familias, que expliquen la firme relación entre el alcoholismo y el maltrato infantil.
• Cursos de capacitación interdisciplinarios, entre los técnicos y profesionales que puedan reconocer y asesorar sobre las mejores alternativas para su abordaje.